Unamigos

Universidad de los amigos en Jesús

REFORMAR LA VIDA RELIGIOSA, CONSAGRADA,

ES REFUNDARLA

EDIFICANDO ECLESÍAS

O COMUNIDADES OBEDIENTES A JESÚS,

SEGÚN LA FE APOSTÓLICA.

   Cuando se habla de vida religiosa en la cristiandad, nos referimos a la vida de consagración al único absoluto que es Dios. Se trata de la fidelidad total a Dios, y del desprendimiento de las criaturas, por amor a Dios, el único que merece total fidelidad.

   Nosotros queremos pasar de la teología del único absoluto y del monoteísmo propio de Occidente, a una antropología de Jesús el Cristo, como Hijo querido de Dios, y a una antropología teológica de cinco fidelidades. Queremos disfrutar de un Dios Padre y Madre, conscientes de ser personas autónomas, adultas y maduras, por la gratuidad de Dios invitadas a ser Hijos santos y amados.

   Esta autonomía de nuestra máxima humanización no es posible en la teología de la cristiandad, abrazada a la cruz que todo lo sacrifica solo por Dios.

Para dar este salto cultural, una locura para le teología de la fe y razón, hemos de volver a la fe de las eclesías apostólicas, y hacer de ella nuestro sol, con que Jesús nos deslumbra en esta universidad de los amigos en Jesús, y en esta teología de las cinco fidelidades.

LA VIDA RELIGIOSA O VIDA CONSAGRADA,

EN LA CRISTIANDAD

   Pues bien, cuando se organizó y se implantó la cristiandad, nació la vida religiosa. La cristiandad asumió la vida religiosa como el camino de perfección, o estado de perfección, y la cumbre fue la vida religiosa contemplativa. Itinerario del alma a Dios: Lectura, meditación, oración y contemplación.

   La intención de los fundadores de la vida religiosa fue buscar mayor fidelidad a la fe de los apóstoles o el mejor seguimiento de Jesús, Dios. Todo para la mayor gloria de Dios.

   La vida religiosa tuvo un significado de contraste con la cristiandad, organizada como una jerarquía de pastores y sumiso rebaño, de jefes y súbditos, como masa grande de individuos discípulos de Jesús, en diócesis y parroquias. Y se formaron comunidades de discípulos con abad o padre en lugar de pastor o jerarca.

   Pero la vida religiosa es hija predilecta o ideal de la cristiandad; es un canto de alabanza inenarrable del absoluto de Dios, y de la opción total por él. “Ora el labora:” vive para Dios, pídele, y trabaja lo necesario para vivir. El voto de obediencia es la clave: obedecer a la voluntad de Dios, la regla y los superiores, a cada momento. Y para la fidelidad al Absoluto, a través de la obediencia a los superiores, desprendimiento radical de apegos a las criaturas, con los votos de castidad y pobreza. 

   Esto dicen los santos: El buen religioso es el que se deja despedazar por el superior, y la carta sobre la obediencia, de san Ignacio de Loyola.

Hoy nosotros caemos en la cuenta de que la fe de los apóstoles que hemos estudiado en la carta a los colosenses, es el verdadero seguimiento de Jesús, como hijo de hombre, nacido de mujer, en todo semejante a nosotros.

   No es seguir a la segunda persona de la santísima Trinidad siendo como Dios, desprendiéndonos de todo lo creado, endiosándonos, divinizándonos, siendo como el Niño Dios revestido de carne humana, y como divino maestro, nuestro modelo. Una Fidelidad absoluta a Dios. Opción total por Dios.

La cristiandad nos educó en la fe como fidelidad eterna a Dios.  El catecismo para los niños y ancianos nos decía que “Dios creó al hombre para conocer, amar y servir a Dios, en esta vida, y después verle y gozarle en el cielo.” Todo el catecismo y toda la teología explicaba esta gran fidelidad.

    La opción por Dios era a la manera del monoteísmo del Dios conocido: Un Dios único, solo, exclusivo y excluyente: para él era toda la fidelidad y toda la gloria. “Ad maiorem Dei gloriam.”

 

 

   Hasta terminar en “con solo Dios basta, quien a Dios tiene nada le falta.” Los místicos musulmanes o sufíes culminan en lo mismo que santa Teresa, o san Francisco que murió embelesado exclamando “Mi Dios y mi todo.” Los judíos igualmente pueden llegar en su vida espiritual hasta esta postración contemplativa ante Dios solo.

   La vida religiosa exalta esta fidelidad absoluta como el camino de perfección, más aún, como el estado de perfección, y la máxima perfección es la vida contemplativa.

   Leamos este párrafo de un artículo recién publicado, de Carlos Gutiérrez Cuartango, que revela el pensamiento generalizado. La comunidad, escuela de caridad.

   “La vida comunitaria no tiene ningún sentido de no ser convocada por Jesús y vivida desde Él. Hemos sido reunidos en el nombre del Señor personas distintas, de edades diversas, formación diferente, etc. No nos hemos buscado unos a otros por razón de simpatías o afinidades. Nos reúne y aglutina un único ideal; la búsqueda del rostro del Dios vivo manifestado en Jesús de Nazaret en sus diferentes facetas. Por eso solamente podemos aprender a amarnos en esta escuela de la caridad, en la medida en que cada uno está unido a Cristo Jesús y esté anclado en la experiencia personal de la entrañable misericordia de Dios. Solamente si profundizamos en el conocimiento amoroso y cordial de Dios, podemos entender la renuncia al propio proyecto comunitario en favor de un proyecto común.” La mención de Jesús es de la segunda persona den la Santísima Trinidad, no se sale de Dios.

   Nadie puede contar la cantidad de páginas que se han escrito sobre el desprendimiento, en español, sobre Le détachement, en francés o sobre il distacco, en italiano. La formación de los religiosos era en gran parte un ejercicio diario de desprendimiento de sí y de lo terreno, para ser un seguidor personal y fiel de Jesucristo.

   Recordemos que en la cristiandad se persiguieron y estigmatizaron de continuo las amistades particulares que se veían como un peligro mortal. Mientras en los monasterios se hacía el voto de estabilidad, en los primeros quinientos años de cristiandad, en las congregaciones religiosas modernas se le dio preponderancia salvadora al voto de obediencia y de disponibilidad para los cambios de residencia.

La espiritualidad se identificaba con el desapego, el desprendimiento y la huída del mundo y sus atractivos, y la disponibilidad para cambiar de compañeros: “Fuga mundi.”

   Estos paradigmas se concretan en realidades tan significativas como clausura, silencio, soledad, retiro.

La “Imitación de Cristo” dice : “Sine amico non potes bene vívere, et si Jesús non fuerit tibi pre ómnibus amicus, eris nimis tristis ac desolatus. Sin amigo no puedes vivir feliz, pero si Jesús no es para ti el primer amigo, eres demasiado triste y desolado”. Dios es el único amigo. Es la aplicación de la teología del absoluto de Dios conocido.

   No resisto a la tentación de recordar el veredicto durante la revolución francesa: “Los religiosos, se encuentran y se juntan sin conocerse, viven sin amarse y mueren sin llorarse.”

 

 

  El monoteísmo del siglo axial de la historia humana desarrolló otras tres grandes corrientes culturales en occidente:

  Proliferación de los mediadores o salvadores alternativos celestiales, con todos los coros celestiales y santos canonizados, en el cielo.

 Y multiplicación de salvadores alternativos y mediadores terrenos: las jerarquías sacerdotales, administradores de los tesoros de la abundante redención obrada por Dios en la cruz de Cristo.

  Toda la teología y toda la vida cristiana se convierte en un itinerario del alma hacia Dios, desde la lectura de la Biblia con la meditación la oración, hasta llegar a la contemplación de Dios y de Cristo: “Lectio, meditatio, oratio, contemplatio Dei et Christi.”

LA VIDA RELIGIOSAS O CONSAGRADA,

EN LA FE APOSTÓLICA.

   En cambio, la fe apostólica concentra nuestra atención, no en el Dios del monoteísmo como único absoluto sino, en el hombre, en Jesús el cristo o mesías, Hijo querido de Dios, y divino.

   Dios no es el único referente, absoluto y excluyente; el hombre es otro referente, distinto de Dios, un hombre, Jesús, nacido de una mujer en todo semejante a nosotros todos, del acervo genético de David y la tribu de Judá, y de la formación cultural judía, con los genes que son el motor de nuestro desarrollo, pero sin los egoísmos que nos concentran en nuestros propios intereses. 

   Por eso la fe apostólica tiene como gran propósito el desprenderse, huir del mundo, renunciar a las criaturas, sino que busca la plena humanización, en Jesucristo. Por eso necesitamos una nueva herme-néutica del Nuevo Testamento, para reencontrar la fe de los apóstoles y de las eclesías que ellos empezaron a diseminar por todo el imperio romano.

   Bajo este sol de la fe apostólica, podemos construír una teología de cinco fidelidades. El referente supremo de esta teología es Jesús, el Mesías prometido en la descendencia de Abrahán, que nos conduce a la plena humanización. Esta teología se podría llamar antropología del Padre y Madre Dios, de Jesús de Nazaret, hijo real de una mujer de la estirpe humana de David, de la tribu de Judá.

   Para que este sol de las eclesías apostólicas nos ilumine con todo su esplendor y nos dinamice con toda su energía, necesitamos renovar el sentido de las cinco fidelidades:  a Dios creador, la hombre en Jesús, a las eclesías apostólicas, a la transformación de la historia para alegría de toda la humanidad, y la fidelidad a la Eucaristía  permanente.

   Por encima de todo, queremos ser fieles y obedientes al Dios Padre y Madre de Jesús, Hijo de Dios. Pero no somos obedientes al Dios del monoteísmo, del Dios de la fe y razón, conocido por toda la humanidad. Somos obedientes a la fe de los apóstoles por el camino de la teología de las cinco fidelidades de fe apostólica.

   Podemos intuír, para este nuevo siglo axial de la historia, un nuevo modo de vida religiosa, consagrada, que lidere la reforma de la Iglesia, como la vida monacal y religiosa actual lideró la difusión de la cristiandad. Sería el mejor regalo para la iglesia  en este siglo axial del futuro

FÓRMULA DE PROFESIÓN RELIGIOSA,

DE ACUERDO CON LA FE DE LAS ECLESÍAS APOSTÓLICAS

 

   Delante de los fieles, convocados por el bautismo a la comunión en Cristo, hago los cinco votos que confirman solemnemente mi consagración bautismal y eucarística.

   Renuevo mi consagración bautismal y eucarística, en comunión con la Iglesia católica, reformada por el Concilio Vaticano II, y según los cánones recientes que nos devuelven a los fieles los derechos fundamentales de reunión, de asociación y de organización, según los deseos de Jesús en la fe apostólica.

   Me comprometo delante de ustedes, con estos cinco votos, por el vivo deseo, que Jesús me ha inspirado, de serle totalmente fiel, a la manera de las eclesías fundadas por sus discípulos. Bendigo al Señor por la dicha de continuar el camino de multitud innumerable de discípulas y discípulos de Jesús, a lo largo de dos mil años.

   En especial, me llena de júbilo la compañía de los discípulos y apóstoles, y de la primera discípula, la madre terrena de Jesús, María, la muy agraciada del Padre, la “kejaritomene: la que Dios ha colmado de gracia.” Espero que María y los discípulos me guíen en el cumplimiento de mis votos, que ellos cumplieron con fidelidad y trasmitieron intactos.

   *Me comprometo con voto de fidelidad al Padre y Madre Dios, que me da su amor gratuito, en este mundo mortal, creado por él. Ahora acojo, con la misma alegría de María, la propuesta de engendrar en la eclesía muchos hijos al Padre, por obra y gracia del espíritu divino que alienta en el mundo.

   *Me comprometo con voto de fidelidad al hombre y la mujer, en Jesús, nacido de una mujer, de la descendencia de David, de la tribu de Judá, y educado en la cultura judía de leyes, pero que es el verdadero Hijo querido del Padre y Madre Dios. A Él debo escuchar y seguir como el Viviente que me asegura vida eterna. “Él me amó y se entregó por mí”.

   *Me comprometo con voto de fidelidad a mi eclesía o comunidad obediente a Jesús, que es sacramento del Padre y Madre Dios, y es mi maestra y mi madre, que me engendra de nuevo. En este tercer voto incluyo mi compromiso de considerar a los más desvalidos como los más importantes para nosotros.

   Y sello mis votos con un abrazo, el más consciente, sagrado y trascendental de mi vida, con cada uno de los participantes en mi eclesía, que para mí son los santos y elegidos de Dios, mis santos patronos, según la fe apostólica.  Y quiero que todos ellos dejen constancia con su firma.

   *Me comprometo con el voto de perseverancia en la Eucaristía o acción de gracias por el abrazo que el Padre me hace sentir. Ese abrazo de mi Padre Dios es mi alimento cotidiano de cada momento. Y Jesús me ofrece su vida de compasión, paciencia y de dulzura conmigo y con los miembros de mi eclesía, como comida y como sangre o existencia de compasión, como bebida embriagadora. Éste es mi voto de Eucaristía permanente.

   *Me comprometo con el voto de fidelidad a mi tarea de transformación de la historia, para un futuro, cuando todos digan en la casa común: miren cómo se aman, ponen los bienes al servicio de todos los comprometidos, y no hay indigentes entre ellos.

   Declaro que estos cinco votos religiosos son profesión de fe en la revelación de Dios en la historia humana como Santísima Trinidad inmanente. Es el Padre y Madre gratuito conmigo, el Hijo que me amó y murió por mí, y es el espíritu que nos mueve y nos transforma en Jesús hasta compartir su muerte por los hermanos.

   Declaro que mis votos son la práctica real de las llamadas tres virtudes teologales. No son virtudes mías, sino la fe como certeza absoluta que recibo agradecido, de que el Padre y Madre Dios me ama a mí en un abrazo inefable; la esperanza como  la certeza de poseer ya la vida eterna que Jesús me promete; y la caridad, comunión de ágape mutuo como un solo cuerpo con Cristo en la eclesía. Tres realidades divinas que se llamaron tres virtudes teologales.

  Declaro que mis cinco votos corresponden a la vivencia mía actual de los tres sacramentos de iniciación cristiana:  El sacramento del Bautismo como mi muerte con Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros; el sacramento de la Confirmación como el cambio de los genes egoístas que dinamizan la historia humana, por el gen o espíritu divino del amor fraterno, pues no hay mejor amor que dar la vida por los amigos; y el sacramento de la Eucaristía, que consiste en comer el pan de vida que es Jesús compasivo, para convertirnos  en el alimento que ha de fortalecer y madurar a los nuevos hijos de Dios.

   Según la cristiandad, Dios dice NO, a la creación. Empieza con el pecado original; y el Diablo ya está presente en la serpiente, y el pecado original. Dios actúa de nuevo, para redimir, que es empezar de nuevo. Y por eso el sacrificio está en el centro de toda la religión de la cristiandad.

   No al dualismo: Un Diablo, el principio malo, no le arruinó la creación a Dios, y no está en la creación, en el paraíso como una serpiente, o dios que causa el pecado original.

   Un Dios creador bueno, que dice SI a la creación, que ama su creación como la ha hecho, con sus genes egoístas y su autoestima como impulso de vida, como búsqueda del propio desarrollo, y con su culminación en la muerte. Una creación que vale la pena y tiene gran valor, aunque sea para la muerte, incluso para el colapso final:  big Cruch.

   En la creación buena, Dios pronuncia su palabra divina. Toda la creación es palabra de Dios para todos los humanos de todas las religiones y culturas. Es “Logos” de Dios.

 1. FIDELIDAD GOZOSA AL DIOS CREADOR DE ESTE UNIVERSO PARA LA MUERTE, FUEGO DEVORADOR, JUSTO JUEZ. COMPRENDIDO EN EL CREACIONISMO DE LA EDAD MEDIA, PERO AHORA EN EL EVOLUCIONISMO. 

PASAR DE LA EDAD MEDIA AL TERCER MILENIO.

   En su creación, Dios deja su aliento vital y su espíritu creador. Según Rm 7,14, la ley es espiritual, como todo lo creado tiene el aliento vital de Dios, aliento espiritual presente en toda la creación, en las religiones y espiritualidades. Estas dos ideas están claras en la fe apostólica y niegan las ideas dualísticas y negativas de la cristiandad sobre lo terreno.

 

Una creación con justa autonomía.

  La cristiandad nos enseñó a valorar la creación solo para dejarla a un lado, por Dios. Los papas siempre se opusieron a la separación de la Iglesia y el Estado. Ambas eran sociedades perfectas, y la Iglesia, como guiada por Dios, era superior, por medio del Soberano Pontífice infalible. Pero el Concilio Vaticano II hizo una revolución copernicana, y deslumbró la cultura afirmando la justa autonomía del orden creado. En Colombia recordamos la Constitución del 91 que fue efecto de esa decisión.

  Jesús se presenta al mundo como amado de Dios, siendo hijo de una mujer y de la estirpe de David y educado en la ley ludía, como primogénito de todo lo creado. (Col 1,15). Dios ama su creación. En él tiene todas sus complacencias. El consagrado también.

 

  Por eso nuestra primera fidelidad se debe a Dios creador de este universo que compartimos todas las criaturas racionales e irracionales en la casa común. Un mundo que es bueno. Un mundo que se impulsa por la energía de los átomos y por el aliento vital de todos los genes, fuerza espiritual, que aletea sobre las aguas, genes que son subsistencia, lucha por el bien propio, por la autoestima y anhelo de inmortalidad.

   Nosotros somos fieles a ese Dios que, según la fe apostólica, dice SI, a la creación. Dios le dice SI a nuestro mundo mortal, pero porque sirve de materia prima y es necesario para crear el mundo nuevo. Dios ama la vieja creación, el hombre viejo, pero como materia prima de la Nueva Creación y del hombre nuevo con su nuevo nacimiento.

 CINCO FIDELIDADES

   El impedimento para realizar el propósito de Dios, que es el de Jesús y los discípulos, de crear la experiencia de comunión de hermanos, es el pecado, que se expresa en el modo de hacerse el hombre por la mímesis y la rivalidad de los genes egoístas. Se trata de un cambio de naturaleza, de motor: de genes, por comunión de amigos.

 

   El espíritu de Jesús que posee como hombre, al implantarse al crear el amor o agape como servicio mutuo y cruz de Cristo, vence el pecado, y nos da vida eterna.

   San Elredo de Rieval (1109-1167) es uno de los santos más entrañables, considerado como el santo patrón de la amistad. Su festividad se celebra el día 12 de enero. Elredo fue el abad de la abadía cisterciense de Rieval, en Inglaterra. Su tratado "Sobre la amistad espiritual" (De Spiritali Amicitia, en latín) sigue siendo uno de los mejores tratados teológicos sobre la relación entre el amor humano y el amor espiritual. "Dios es amistad ... El que permanece en amistad permanece en Dios, y Dios en él", escribió, parafraseando 1Juan 4.16.

 

   San Elredo dice: "... nadie puede sufrir el ser feliz careciendo de amigos. Y es comparado a las bestias el hombre que no tiene junto a sí quien con él se alegre en las cosas felices y se contriste en las tristes.

   El que carece de quien lo distraiga de todo lo que la mente concibe de molesto o que, si algo fuera de lo común sublime y luminosamente alcanza, no encuentra con quien compartido.

   ¡Ay del que está solo, porque si cae, no tiene quien lo levante! Está absolutamente solo quien no tiene amigo.

   Y, ¡cuánta felicidad, seguridad y alegría si tienes alguien a quien te atreves a hablar como a ti mismo," a quien no temes confesar tus yerros, a quien no te sonroja manifestar tu progreso espiritual, a quien confiesas todas las cosas secretas de tu corazón y en cuyas manos pones tus proyectos!

   ¿Hay fuente de mayor júbilo que la unión de dos almas, que de dos se hacen una, de modo que no teman jactancia ni suspicacia alguna, ni se sientan heridas por la corrección que puedan hacerse, ni deban reprocharse adulación cuando una a la otra encomia?" 

 

   La cristiandad da la vida por el desprendimiento y lucha contra los apegos, pero la fe apostólica dice; “No hay mejor amor que dar la vida por los amigos.”  ¿O luchamos por la nueva creación a partir de todo lo bueno y espiritual que tiene el hombre viejo, o luchamos contra el Diablo del pecado original, hasta morir por Dios.”  ¿O luchamos contra los apegos hasta la extinción, o luchamos por expresar nuestro amor a los hermanos hasta la muerte como Jesús?

   Esta relación con Dios nos abre el camino para analizar la segunda fidelidad.

   2. FIDELIDAD GOZOSA AL HOMBRE EN JESÚS DE NAZARET Y EN EL PADRE Y MADRE DIOS.  De paradigmas de divinización, a paradigmas de plena humanidad en Jesús el Mesías.

 

   Jesús nos revela un Dios nuevo. El dios desconocido. Que es Padre y Madre, y que sale de sí mismo, y tiene sus complacencias en su creación coronada por Jesús, cabeza de todo lo creado. Necesitamos una nueva cristología.

   La cristiandad cree en Jesús, pero como segunda persona de la Santísima Trinidad. Es Dios.  El Dios de la Trinidad Santísima, no da un paso fuera de Dios. El misterio de la Encarnación es Dios que se reviste de carne humana y es segunda persona de la Trinidad, sin salir de Dios.

   Para la cristiandad, Jesús vino a la tierra como Dios y se reviste de la naturaleza humana, para resolver el problema del pecado, que desencadena un castigo de la ira divina; y solo un Dios puede ser condigna satisfacción y paga que aplaque la cólera justa de Dios. Nada es gratuito, cosechas lo que siembras según ley universal y divina. Es Dios de justicia y no de gratuidad.

   Terrible e insoluble problema del pecado del hombre. Pecado original, y problema imposible de resolver por el hombre.

   Y problema de la justicia y de la cólera de Dios.  Y por el mismo hecho, la encarnación de Dios es necesaria para resolver el problema de la justicia de Dios, que en su cólera justísima, solo un Dios puede satisfacer. Y todos los cristianos durante la cristiandad decimos agradecidos que Cristo pagó por nuestros pecados. Nosotros le damos muerte con nuestros pecados. Nosotros pecamos, y él paga.

 

   De ahí, la decisión absoluta e irreversible de presentar a Jesús como segunda persona de la Santísima Trinidad, hasta llegar a decir que no tenía persona humana porque el Verbo de Dios hacía las veces de persona humana. 

   La nueva creación, el nuevo nacimiento de santos y amados de Dios en comunión dulcísima se dejó para después de la muerte, y la cristiandad se dedicó a pedir millones y millones de veces cada día, a la Santísima Virgen: “Ruega, señora, por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

 

   En cambio, según la fe de las eclesías apostólicas, Dios es un Padre y una Madre. Los padres y madres son gratuitos al tener un hijo. Dios es gratuito, porque está decidido a seguir adelante con su obra colosal de omnipotencia y gratuidad, de engendrar hijos, santos y amados, en la tierra, unidos gozosamente a la muerte santa de Cristo por sus hermanos.

   Si Dios es gratuito en la creación, es gratuito, compasivo y paciente, en la nueva generación y nueva creación. Somos hijos queridos del Padre Madre Dios. Nosotros no tenemos que resolver el problema del pecado. El Dios desconocido lo resuelve. Dios grita desde la cruz, ante el Dios conocido y justo: “Todo se paga. Todo está consumado.”

   Nada de lo espiritual que Dios puso en su creación, se debe matar y sacrificar. Al contrario, hay que darle un vuelco y agigantarlos de divinidad. En los hermanos de eclesía está la santidad de Dios: santos y amados, elegidos de Dios. Hay que rescatar lo divino en lo humano.

 Recemos el padrenuestro: Pidamos, para ahora, la convivencia de los santos, el reino de la amistad en Dios, el hacer la voluntad de Dios en la tierra como en el cielo por decisión de los santos; el comer y alimentarse de Jesús, y alimentar a los hermanos, perdonar los pecados de los hermanos por jurisdicción de Jesús; escapar del dominio del maligno y estar a salvo de toda tentación. Esto es orar con el Padre nuestro, como Jesús nos enseñó

 

 En cambio, es infinito el número de los cristianos y sacerdotes de la cristiandad que no han aprendido el Padre nuestro, y optan por rezar tres padrenuestros por las almas del purgatorio.

   La fe apostólica, si presenta a Dios ante todo como el Padre y Madre gratuito, que goza saliendo de sí para tener muchos hijos, presenta a Jesús como hombre, en todo semejante a nosotros, sin el egoísmo, sino con la compasión por los hermanos. Lo distingue de nosotros, en la compasión con nosotros hasta la muerte.  Tal es el resumen de la carta a los Hebreos. Vale la pena dar la vida por unos hermanos y por los amigos, que es el máximo amor, según el Discípulo Amado.

   3.1 FIDELIDAD GOZOSA A LA PROPIA ECLESÍA DE HERMANOS

EN JESÚS COMO VID Y SARMIENTOS, O COMO UN SOLO CUERPO.

 

   Según la fe apostólica, Jesús, no se percibe como un individuo sino como una vid y sarmientos, un solo cuerpo con cabeza y miembros, una pareja de esposa y su esposo; una comunidad espejo que refleja el misterio divino en la tierra, unos amigos y hermanos que constituyen la eclesía cristiana.

 

   Solo si somos fieles a las personas determinadas de nuestra eclesía, somos fieles a Dios de Jesús. Jesús fue fiel a sus amigos. “Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo.” Jesús jura fidelidad a sus amigos personales en la eclesía santa. No podemos ser amigos de Jesús sino en la eclesía adulta y madura. Y no podemos ser amigos por un tiempo definido.  Ya no le podemos decir a un hermano: “Adiós, me retiro de usted. Voy a seguir mi vida al lado de Jesús de Nazaret, que él seguirá siendo mi Maestro.”

   Esta tercera fidelidad no es fidelidad a la segunda persona de la santísima Trinidad sino a un hombre histórico, que es el primogénito entre unos hombres históricos como él. Este es el legítimo camino de la comú-nión que anhela el Concilio no puesto en práctica.

   El Concilio del Papa Juan sigue siendo una tarea pendiente para toda la Iglesia. Hoy repetimos la humilde confesión del Sínodo extraordinario de obispos del año 1985 y del Papa Juan Pablo II cuando decían: la «Dei Verbum» ha sido demasiado descuidada en la Iglesia.

   El cambio ocurrido en las mentes de innumerables miembros de la Iglesia no ha logrado traducirse de manera eficaz en una pastoral nueva; y en la inmensa mayoría de los fieles no se ha dado ni siquiera el cambio de mentalidad.

   El documento de ese mismo sínodo extraordinario de los obispos podría resumirse como un anhelo por la comunión en la Iglesia, y este anhelo se debe repetir hoy con más angustia, pero con mayor creatividad.

 

 

   Lo que necesita la Iglesia es comunión, pero no solo la comunión del dogma y la doctrina conseguida con un catecismo o una encíclica infalible, ni la comunión que se obtiene con la ley, la autoridad y la disciplina, sino la comunión en el Espíritu por el amor mutuo de los hermanos y amigos en Cristo.

   Este acto de arrepentimiento por no haber respondido a las tareas de la «Dei Verbum» y este anhelo por promover la comunión en la Iglesia a la manera de los Apóstoles son motivación e inspiración de nuestro proyecto.

   Volvamos a estudiar esa evaluación sinodal. Desde entonces me puse a pensar cuál era para mí el mejor pasaje del Concilio. Primero establecí que el documento clave es la «Dei Verbum,» que estuvo en elaboración desde la primera sesión del Concilio hasta el final, e influyó en el proceso de elaboración de todos los documentos y, a su vez, fue influenciado por todos. Y en la «Dei Verbum» mi texto predilecto es el que impide ver la tradición teológica medieval, o cristiandad, como una segunda fuente de revelación al lado de la Escritura, y obliga a confrontar la vida de la Iglesia con la experiencia de los primeros discípulos de los Apóstoles.

   Esta gran determinación conciliar nos impulsa a revivir, con nuestra eclesía actual, la primera carta de Juan. Esa experiencia de vida fraterna en la eclesía de hermanos y hermanas, de amigas y amigos es la que debe mantenerse viva hoy, en comunión con los Apóstoles, y constituye la Tradición más sagrada en la Iglesia católica.

 

   Nada de lo espiritual que Dios puso en su creación, se debe matar y sacrificar. Al contrario, hay que darle un vuelco y agigantarlos de divinidad. En los hermanos de eclesía está la santidad de Dios: santos y amados, elegidos de Dios. Hay que rescatar lo divino en lo humano.

   Se trata del número 8 de la «Dei Verbum»: «Esta Tradición apostólica va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu santo; es decir, crece la comprensión de las palabras e instituciones trasmitidas cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón (cf. Lc 2,19.51), cuando comprenden internamente los misterios que viven… hacia la plenitud de la verdad, hasta que se cumplan en ella plenamente las palabras de Dios».

   Así comprendemos que los líderes del Concilio Vaticano II, san Juan y san Pablo volvieron a resplandecer en la Iglesia, después del eclipse que tuvieron durante la cristiandad, hasta sufrir la sospecha de apoyo de los herejes. Después del Concilio ha ido creciendo notoriamente el liderazgo del Sermón a los hebreos, antes ignorado, para la nueva comprensión de la fe cristiana apostólica.

   De ahí se sigue que las tradiciones, como, por ejemplo, la teología de la cristiandad, no son una segunda fuente de revelación, sino que tienen la estremecedora obligación de demostrar que están en plena coherencia con la fe de los apóstoles, la cual es una vida que va creciendo.

   Estas tres poderosas fuentes, Pablo, Discípulo Amado y sermón a los hebreos, nos ubican de lleno en las eclesías apostólicas de los años setenta y ochenta.

   Volvamos a lo que decía la Tradición Apostólica del segundo siglo: “Los discípulos de Jesús cumplieron la voluntad de Jesús edificando eclesías en cada lugar.”

   En plena cristiandad, una intuición genial de los primeros cistercienses fue la de concebir la vida monástica, el seguimiento de Jesús, como una eclesía doméstica de los primeros cristianos.

   “Existe entre los hermanos una unidad y concordia tales que cada cosa parece de todos y todas ellas de cada uno. Y lo que me agrada de modo especial es que no hay acepción de personas, y para nada se atiende al linaje; solo la necesidad engendra la diversidad, solo la debilidad motiva las diferencias, pues lo que hacen todos en común es distribuído a cada uno no siguiendo los dictados de un afecto carnal o de un particular amor, sino atendiendo a la necesidad de cada cual.”  (San Elredo de Rieval). 

   En verdad, la fe de los apóstoles nos ayuda a buscar el significado de “el otro,” hasta lo último, el hermano que es el otro, pero asumido en Cristo, razón de vivir y de morir. Se trata de buscar la verdadera identidad de Cristo y del el otro, cuando ni siquiera hemos definido el átomo.

   Una vez más recordemos que el gran problema de toda la humanidad es el de las relaciones interpersonales. La filosofía misma ha llegado también al problema del otro como centro y alma de la reflexión humana. «El otro es el infierno, es el pecado original o es mi vejez» (Camus), con las incidencias en teología, como lo prueban Levinas o Martin Buber, o Jacques Derrida o Jean-Luc Marion.

    El Papa Benedicto XVI y Francisco han dado pasos trascendentales hacia la aplicación del Concilio Vaticano II.

 

   3.2. RED DE COMUNIDADES ORDINARIAMENTE EN PARROQUIAS.

FIDELIDAD A RED DE ECLESÍAS APOSTÓLICAS.S APOSTÓLICAS.

 

   Muchos teólogos y hasta el Papa invitan a cambiar, a seguir a Cristo, a ser nuevos cristianos misericordiosos con los más necesitados. Cada uno para los demás. Todos con todos. Pero esto es seguir repitiendo lo que siempre hemos dicho: seguir a Cristo, buscar la salvación.  Falta la tercera fidelidad a la eclesía adulta y madura. 

   En la Iglesia de hoy no es una utopía irrealizable el Evangelio como experiencia de comunión porque, después de muchas transformaciones provocadas por el Concilio del siglo veinte, se ha llegado a la conclusión de que la imagen de la Iglesia del futuro va a estar marcada por la parroquia como red de pequeñas comunidades.

   Solo en pequeñas comunidades se podrá vivir la experiencia de evangelio como se vivió en las comunidades de Pablo o en las del Discípulo Amigo de Jesús, y a lo largo del siglo segundo, cuando pululaban las eclesías domésticas.

   Esta teología genético-transcultural se pone al servicio de la formación de las pequeñas comunidades en las parroquias de la Iglesia católica, como la manera de llevar a cabo la reforma de la Iglesia católica y el modo de poner en práctica el Concilio Vaticano II, hambriento de comunión.

   Los pastores, en la estructura jerárquica de la Iglesia, como quería Pablo y se imaginaba la tradición del Discípulo Amado, se deben dedicar a mantener esa experiencia de comunión de familias convocadas en la eclesía, en todos los rincones del mundo. Los apóstoles decidieron dedicarse de tiempo completo a evangelizar construyendo comunidades, y solicitaron a los hermanos que eligieran diáconos que se dedicaran a la administración.

   Los sucesores de los apóstoles, imitadores de Pablo y Juan, podrían dedicarse a formar eclesías, evangelizar, pero siempre al servicio de la unidad de cada una de las eclesías y de todas ellas, diseminadas por el mundo entero, en la unidad de una sola Iglesia universal o católica.

   Sin duda habrá una dialéctica entre las grandes estructuras y las eclesías en comunión. Integrar estos dos aspectos es obra del amor que infunde en nosotros el Espíritu Santo y que podemos llamar caridad pastoral.

    El más importante en las eclesías. Los necesitados y desvalidos. Mateo 18.

   Sin duda que una genuina expresión de la fe apostólica es el capítulo 18 de san Mateo, imposible de comprender en tiempos de Jesús terreno, cuando no había comunidades, como imposible de ubicar en una diócesis o parroquia de la cristiandad. Se entiende a la perfección en fe de los apóstoles y sus eclesías.

   En la cristiandad el carisma de vida religiosa de servicio a los necesitados, se solía comprender a la luz del amor al prójimo propio de las religiones monoteístas y como práctica de las obras de misericordia comunes judíos, musulmanes y católicos.

   Un carisma de servicio como el de las hermanas de los desvalidos, puede ubicarse de lleno en la fe de los apóstoles, propia solo de Jesús, Hijo querido del Padre y divino, en unión de la eclesía.

 

3.3. FIDELIDASD A MARÍA LA MADRE DEL MESÍAS.

 

4. FIDELIDAD A LA CELEBRACIÓN PERMANENTE DE LA EUCARISTÍA SEGÚN LA FE APOSTÓLICA

 

   No podemos imaginar una eclesía apostólica en la época sub apostólica sin la celebración Eucarística, pero nos cuesta trabajo imaginar cómo se hacía la celebraban. Solo conocemos muy bien la Santa Misa propia de la cristiandad y su síntesis asombrosa.

   Para reconstruir la Celebración Eucarística de los discípulos inmediatos, lo primero que tenemos es una carta como la de los Colosenses.  Pablo y sus discípulos insisten en que lean en las comunidades las cartas enviadas a otras eclesías, en reuniones de los participantes, y las comenten.  Ahí ya tenemos lo que celebraban como Eucaristía. Lo mismo en las cartas a los efesios y a los filipenses; Ahí resplandece en toda su belleza la Sagrada Eucaristía de la fe apostólica.

   Por eso, debemos dar pasos hacia una celebración permanente del misterio cristiano, como acción de gracias por lo que Jesús va creando en la eclesía de discípulos, y no vuelta al pasado, y concentrada finalmente en un punto: la víctima del Gólgota.

   La Eucaristía es la acción de gracias permanente, de todos los momentos, por lo que hemos recibido en esos tres regalos de Dios y esas tres fidelidades que son también gracia. O jaris.

   La Eucaristía se expresa de modo espectacular con la fuerza de la comida. Jesús dice “Yo soy el pan de vida, mi sangre es la bebida.” La Eucaristía consiste en comernos a Jesús como pan de vida y sangre como su existencia, de compasión, misericordia, paciencia, servicio. Asimilamos su modo de ser contrario al egoísmo de nuestros genes humanos, “Hagan esto en memoria mía:” Sean ese mismo alimento para sus hermanos.  Es exactamente lo mismo que dice Jesús después de servir lavando los pies a sus discípulos: “Paradigma les he dado para que hagan lo mismo que yo., en memoria mía.” Con nuestra conducta fraterna recibimos la comunión eucarística, y con nuestra conducta fraterna somos comunión eucarística para nuestros hermanos.

 

   5.  FIDELIDAD GOZOSA AL FUTURO DEL HOMBRE COMO PLENA HUMANIZACIÓN EN HIJOS QUERIDOS DEL PADRE Y MADRE DIOS.

   ESOS HIJOS TRANSFORMAN LA HISTORIA, SI SE MULTIPLICAN COMO UN SOLO CORAZÓN Y UNA SOLA ALMA Y DECIDEN PONER EN COMÚN LOS BIENES, Y NO TENER INDIGENTES ENTRE ELLOS.

   ES LA REVOLUCIÓN SOCIAL, EMPRESARIAL, POLÍTICA, UNIVERSAL, RECONSTRUCCIÓN DEL TEJIDO SOCIAL Y CUIDADO DE LA CASA COMÚN.

   FIDELIDAD A LA TRANSFORMACIÓN DE LA HISTORIA, EN BENEFICIO DE TODOS LOS SERES HUMANOS Y TODA LA CREACIÓN

 

Por los frutos los conocerán.

 

   El método de comunidades de hermanos, vivenciales y vivificantes, produjo frutos deslumbradores en los dos primeros siglos: «Se amaban entre sí, eran un solo corazón y una sola alma, ponían sus cosas en común, y no había indigentes entre ellos».

   Se comprometían en fidelidad al bienestar futuro de las familias de Dios en la casa común, para la fiesta de la vida en Jesús. Todos necesitaban trabajar por el bienestar de la propia eclesía y de muchas eclesías, para alegría de todos.

   Y ese ímpetu se conservó otros dos siglos. El imperio romano se inundó de eclesías domésticas, en las circunstancias más adversas, en multitud de lenguas y religiones, de culturas y climas, y en medio de persecuciones. Los frutos de esos discípulos apasionados fueron colosales.

 

  En cambio, ni en los siglos de la Edad Media ni en la época moderna y contemporánea se puede hablar de frutos maravillosos de la cristiandad en nuestro mundo occidental donde imperó la Iglesia católica constructora del orbe católico, y donde se respetó y siguió su liderazgo.

   El resto del mundo se volvió impenetrable.  En Asia, desde Buda, no gustan de un Dios que disfruta con el sufrimiento. Y ni judíos ni musulmanes gustan de un Dios que no sea absolutamente uno, sin socios.

   Como resultado de proyecto trinitario y católico mostramos un mundo tan violento y tan injusto como hemos venido teniendo por siglos en occidente, con las guerras innumerables, y con dos guerras mundiales, con noventa millones de cristianos bautizados, masacrados por otros tantos bautizados, para concluir la cristiandad. Añadamos el mal llamado «holocausto,» las injustas desigualdades entre naciones y clases sociales de cristianos, que no son una apología del evangelio comprendido por la cristiandad.

   Siguiendo la posición del Concilio sobre la revelación de Dios en la historia, la teología de la liberación fue una toma de conciencia de la Iglesia latinoamericana y de la Iglesia universal, sobre los malos frutos de la cristiandad en la realidad social y política de los pueblos católicos y protestantes. Está gritando que no podemos seguir así.

   Un aporte permanente de la teología de la liberación, incluso con análisis científicos de cuño marxista, es la advertencia siempre actual sobre la necesidad de que los discípulos de Jesús produzcan un mundo más justo, más humano y más fraterno.

   El mundo que vemos en los países cristianos no es lo que se espera del hecho evangélico donde todos son una sola alma y un solo espíritu y no hay indigentes.

 

   Un teólogo reconocido dice; “Hoy quizá vivimos una época histórica de particular deterioro de las relaciones humanas, y de constantes desavenencias en todos los campos: crecen los racismos y nacionalismos excluyentes crecen las diferencias de clases, las culturas prefieren chocar en vez de encontrarse, fracasan las parejas y aumenta la violencia de género los partidos políticos prefieren mirarse como totalidades y no como “partidos,” el autismo cultural que respiramos nos induce a mirar a los demás como meros objetos o estímulos, pero no como sujetos de dignidad absoluta.

   Creyentes y no creyentes, todos deberíamos hacer un esfuerzo por engrasar las junturas de nuestra convivencia, si no queremos deslizarnos por una pendiente que podría terminar en una catástrofe sin precedentes, como si no bastara con todas las catástrofes que hemos ido provocando a lo largo de la historia…Todo eso hace plausible el intento de “ser contemplativos en la relación,” donde quizá se encuentran los mayores tesoros de una vida configurada por la fe  y el seguimiento  de Jesucristo…”(José Ignacio González Faus).

 

   Esa toma de conciencia sobre los fracasos de la cristiandad y el planteamiento de la necesidad de una revolución son dos aportes invaluables de la teología de la liberación. La respuesta la insinuó esa misma teología en las comunidades de base. A éstas les faltaría una teología y vivencia de las eclesías apostólicas.

   Corresponde a la Iglesia de hoy el mostrar el camino para no seguir en el fracaso, y para hacer la revolución al estilo de Jesús y de la experiencia de fe y comunión de los apóstoles. Y no basta el llamado magisterio social que la Iglesia católica tiene, y que es tan poco eficaz. Y así lo está comprendiendo nuestra madre Iglesia, al declarar que las estructuras parroquiales convencionales son inadecuadas, y que es menester hacer de la parroquia una red de comunidades. (En Ecclesia in América. 2000)

   Por los frutos los conocerán, si la definición de la locura es seguir haciendo lo mismo y sentarse a esperar resultados diferentes, no podemos seguir practicando la fe de la cristiandad y sentarnos  a esperar el Orbe Católico ideal.

Durante mil quinientos años hemos repetido lo mismo porque nos dijeron que era el proyecto de Jesús auténtico. Y lo repetimos porque era de Jesús; opción de fe, sin pruebas humanas.

    El Concilio nos abrió los ojos y nos ordenó volver a las fuentes, para mostrar resultados diferentes.

  ¡Ojalá! el apasionamiento que enardeció buena parte de la Iglesia latinoamericana por la teología de la liberación la impulsara, hoy, a la reconstrucción de cada una de las parroquias del mundo entero, y no solo católicas, en red de pequeñas comunidades, de acuerdo con el programa de Jesús y de las eclesías apostólicas de los años ochenta.

   Por eso, la ambición de esta antropoteología, o antropología de Dios, en Cristo, es aportar un granito de arena para el cambio social y transformación de la historia. Un mundo más justo y más humano, que beneficie a todos los pobres y necesitados, no es posible sin la reconstrucción del tejido eclesial en red de comunidades, para que todas las energías del amor entre los hombres florezcan, por el Espíritu, en solidaridad, en justicia, en esperanza, en perdón, en misericordia, en optimismo y gozo globalizado.

   Queremos la renovación de la Iglesia y del mundo, y que todos digan: «¡Cómo se aman!, y no hay indigentes entre ellos», para la reconstrucción del tejido social de ciudades y campos, provincias y naciones.

 

   *Un camino largo, con tremendos objetivos.

    En conclusión, para conseguir la realización del sueño de Jesús de vernos felices en esta tierra, debemos dar algunos pasos muy importantes, como los siguientes.

   1.Pasar de la teología metafísica a la teología de Jesús según el Nuevo Testamento y la ciencia evolucionística.

 

   2.Vivir existencialmente el gran giro epocal realizado por el Concilio Vaticano II, en millones de eclesías, para orientar el segundo tiempo axial de la historia humana.

 

   3.Acoger el evangelio como Tradición viva, es decir, como copia actualizada de las eclesías apostólicas, experiencia de amor y de comunión de personas libres y autónomas.

 

   4.Pasar de una teología monocultural de occidente helenístico y romnanom, a una teología transcultural, de diálogo misionero, para la catolicidad de veras universal.

 

   5. En síntesis, remediar el fracaso de la teología de la cristiandad que no logró producir un pueblo justo, reconstruyendo el tejido eclesial de comunidades o eclesías, en las cuales sea posible «ser un solo corazón y una sola alma y asegurar que no haya indigentes entre ellos porque ponen bienes o intereses en común»

 

   *Un factor nuevo En el universo teológico brillan dos soles que alumbran a todos los teólogos: la sagrada Escritura, y más en concreto el Nuevo Testamento, y la tradición viva, configurada en el Concilio Vaticano II.

   Pero se perfila un nuevo sol con luz deslumbrante, y es Jesús real e histórico, en los discípulos históricos hasta el año ochenta.

   Por primera vez en quince siglos volvemos a tener la posibilidad de encontrarnos con Jesús real e histórico y apelar a su arbitraje, superando la distinción tan actual del Cristo de la fe y el Cristo de la historia. En la fe apostólica de los años ochenta tenemos el Cristo de la historia y el Cristo de la fe en las eclesías, pero en la realidad histórica .

   Solo con los modernos estudios bíblicos nos estamos acercando, con suficiente seguridad, a Jesús mismo, siempre a través de sus testigos eclesiales.

    La teología que uno estudiaba antes del Concilio le provocaba un desconcierto que uno no se atrevía a expresar, y era que Jesús no aparecía como buen teólogo. Las posiciones de Jesús en los evangelios se citaban solo para comprobar las tesis teológicas ya establecidas según la teología dogmática. ¡Con Jesús no se podía hacer teología! Jesús estaba obligado a confirmar lo que la tradición de la cristiandad había definido.

   Yo me atrevería a darles a los que estudian teología ahora una buena noticia: Estamos en capacidad de acercarnos a Jesús real e histórico, y hacerle preguntas teológicas, y escuchar respuestas que talvez nunca nos habíamos imaginado.

   Un discreto intento de llegar hasta Jesús y de someter a su juicio algunas verdades centrales de la teología de la cristiandad es lo que estamos haciendo en esta universidad de los amigos en Jesús, sobre todo en nuestro intento de llegar a la fe de los apóstoles por los años ochenta del primer siglo.

CONCLUSIÓN

 

   Estamos asombrados por lo que la vida monacal y la vida religiosa aportaron a la Iglesia católica de la cristiandad durante, quince siglos. Al estudiar la fe de los apóstoles surge espontánea la hipótesis de vivir la fe apostólica en eclesías apostólicas, como una nueva vida monacal y religiosa o consagrada, que sea aceptable a la jerarquía de la Iglesia católica actual.

 

   Esto implicaría que grupos cristianos se comprometieran con las cinco fidelidades de la teología de la fe apostólica, como si fueran cinco votos solemnes de la espiritualidad bautismal y eucarística.

 

   Este es un camino que puede llegar lejos, guiado por el espíritu y la palabra del Dios desconocido.

   Una fórmula de profesión podría ser más o menos como sigue.